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¿Por qué se escribe? – Abecedaria Editoras
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¿Por qué se escribe?

Mia Gallegos Domínguez*

 

Empiezo mi intervención citando a la filósofa española María Zambrano, quien en el ensayo titulado ¿Por qué se escribe?, dice lo siguiente:

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. Pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella se encuentra.

Ciertamente en nuestro interior siempre discurrimos, este es un acto involuntario, y cierto es también que entre el proceso de hablar y el de escribir hay una diferencia abismal.

Ante la pregunta de ¿por qué se escribe?, surgen otras nuevas preguntas, como por ejemplo las siguientes: ¿escribir para trascender?, ¿escribir para alcanzar renombre y notoriedad? Estas dos preguntas apelan a la vanidad.

Mas la pregunta inicial debe ser respondida. Sí, se escribe en soledad, defendemos nuestra propia soledad. ¿Y para qué? ¿Con qué fin? ¿Con qué propósito?

Hablar no es suficiente. En el proceso de crear se amalgaman muy diversos aspectos de nuestra mente. El diálogo interior se vuelve imperioso. De nuestro inconsciente brotan imágenes, palabras, ideas, es decir que estamos discurriendo y ahí empieza nuestra particular creación.

Para María Zambrano, quien escribe recibe la revelación de un secreto que intentará traducir en la creación. Para el escritor mexicano Octavio Paz, la creación, en especial la poética es la siguiente:

La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente.

Debo decir que no creo en la inspiración, pero sí creo que al trabajar en soledad, la mente, en especial nuestro inconsciente, se abre al mundo de la creación.  Y si esa soledad que debemos defender la unimos a la lectura, pronto, muy pronto y casi sin darnos cuenta, estaremos escribiendo.

Se trata más bien de invocar nuestras más profundas fuerzas interiores.  Para ello es necesario custodiar nuestra pequeña o gran soledad.

Se escribe cuando se tiene necesidad de comunicar el secreto que se nos reveló. Mas aquí surgen nuevas preguntas. ¿Entiendo ese secreto que me ha sido susurrado? ¿Debo dejar que intervengan mis pasiones, mis miedos, mis angustias, o más bien debo dejar que el fluir de lo inconsciente discurra como las aguas de un río?

Cuando recién empezamos a escribir, el tema del amor aparece en primer término. Pero hay que tener cuidado.  Los buenos poemas de amor no nacen de los sentimientos sino de la experiencia que nos dejó el amor. Es este un tema engañoso, casi que sería mejor que escribiésemos de lo más cercano a nuestra vida: la ciudad, las calles, el paisaje o bien detenernos a escuchar nuestras emociones más fuertes. Sí, hablo de emociones y no de sentimientos.  La poesía sensiblera ya no tiene cabida.  En cambio la emoción que produce una pérdida, la emoción que podemos sentir ante el desatino de los problemas ecológicos, la catástrofe nuclear, las guerras, los inmigrantes, los excluidos, los discriminados por su condición racial o su pobreza, son temas que están ahí en nuestro diario vivir.

En algunas ocasiones, sentiremos el vértigo, el hecho de enfrentarnos al abismo, nos sacudirá la incertidumbre de una realidad que podemos perfilar como insensata y cruel. Vivimos en un mundo desigual donde dudamos de que la justicia exista o en donde creemos que no hay pan ni paz para todos.

Todos esos son temas que merecen reflexión, pensamiento y creación literaria.  Para ello debemos acudir al lenguaje. Mas, ¿cómo entenderlo?

De nuevo aquí vale la pena detenerse en algunos párrafos del libro El arco y la lira de Octavio Paz, quien a propósito del lenguaje, dice lo siguiente:

La primera actitud del hombre ante el lenguaje fue la confianza: el signo y el objeto representado eran lo mismo. La escultura era un doble del modelo; la fórmula ritual una reproducción de la realidad, capaz de reengendrarla. Hablar era recrear el objeto aludido. La exacta pronunciación de las palabras mágicas era una de las primeras condiciones de su eficacia. La necesidad de preservar el lenguaje sagrado explica el nacimiento de la gramática, en la India védica. Pero al cabo de los siglos los hombres advirtieron que entre las cosas y sus nombres se abría un abismo.

Precisamente el abismo que se da entre los nombres y las cosas es la conciencia. Más adelante Octavio Paz hará la siguiente referencia:

Si todo objeto es, de alguna manera, parte del sujeto cognoscente —límite fatal del saber al mismo tiempo que única posibilidad de conocer— ¿qué decir del lenguaje? Las fronteras entre objeto y sujeto se muestran aquí particularmente indecisas. La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado. Todo aprendizaje principia como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas y termina con la revelación.

Escribir, crear, invocar el silencio, buscar la exactitud de las palabras, respirar, asirse a lo que se desprende de manera fugaz de nuestra mente.  Y el mundo, sus paradojas, su sinsentido, y de vuelta al silencio, a la respiración, a hurgar en las entrañas esas palabras que van a decir lo que a duras penas sospechamos.

Así se inicia nuestro propio proceso de creación: se alberga en la conciencia. Sutilmente empezamos a hacer comparaciones, creamos metáforas, nos atraviesan las palabras como dagas que se van hundiendo en la mente, en la piel, en la sombra, en lo que no somos capaces de ver todavía.

Entonces nos disponemos a crear.  En ocasiones es un proceso lento.  Hay quienes construyen mentalmente lo que van a escribir y luego lo vierten en la página. Otros, en cambio, extraen desde dentro las primeras frases. Respiran y aguardan una segunda oleada.

Se escribe por acumulación ¿Qué significa? Este proceso lo podemos caracterizar por la unión de lecturas, emociones, ideas que van surgiendo y que nos llevan a una especie de cúspide. Empieza a hilvanarse el lenguaje, a veces muy despacio, a veces no tanto, pero es, en síntesis un momento de la más alta concentración. Esto antiguamente era la inspiración. Ya no lo llamamos así, pero es el instante en el que se convoca.

Mas, ¿cómo hallar el espacio perfecto para iniciar nuestro proceso creativo? Debemos crearlo. Es el lugar donde tenemos nuestros libros, un buen diccionario, papel, lápices, lapiceros, la computadora, hojas, borradores y que nos acompañe el silencio.

La poeta argentina Alejandra Pizarnik escribió en sus diarios y en su poesía muchas reflexiones en torno al lenguaje.  Les cito el siguiente texto:

Palabras. Todo lo que me dieron. Mi herencia. Mi condena. Pedir que la revoquen. Las palabras son mi ausencia. No comprendo el lenguaje. No comprendo el lenguaje y es lo único que tengo. Este “silencio” de las palabras, de las que digo y escribo. Es el horror, el vértigo.  Pero ninguna presencia humana se me presenta como evidencia. Amigos y amantes: cuerpos vacíos e indiferenciados. Sólo hay fantasmas que he amado hasta pulverizar mi conciencia.

El texto de Alejandra subyuga. Y es que es necesario penetrar el lenguaje, buscar las palabras, deshacerlas, buscar más hondo, ahí, en la entraña.

El acercamiento al lenguaje y al proceso creativo siempre es incierto.  Va surgiendo, se va perfilando nuestra voz más auténtica, debemos dejarla salir.  A veces es difícil precisar lo que saldrá de dentro, Es un murmullo, alguien que nos habita susurra. Hay que estar atento para descubrir de que trata el secreto, la gran revelación. No hay que dejarse avasallar por la prisa. Las palabras nos acercan al vértigo, pero no debemos temer. Las palabras nos crean, nos muestran un camino. Solo es necesario dejar que afloren como el caudal de un río.

Hay un proceso que también es importante comprender: la ensoñación o lo que podríamos denominar el sueño diurno, en el que estamos con los ojos abiertos y la mente divaga y va tejiendo complejísimas relaciones. La ensoñación es un proceso del que pocos hablan y está ligado a la fantasía, al sueño, a la nostalgia, a lo que hemos perdido, a lo que añoramos y que solo podemos recuperar mediante ese sueño diurno.

Cuando somos jóvenes la ensoñación nos acompaña, esa condición se va perdiendo conforme nos acercamos a la vida adulta.  Sin embargo, un poeta o quien escribe no debe dejar de lado esa característica.  Sí, nos envolvemos en un ambiente mágico, inventamos una realidad, que aunque dura tan solo una fracción de segundos, nos invita a crear.  Y es que a través de la ensoñación estamos invocando las fuerzas del inconsciente, un fluir de nuestra mente emerge, las palabras, las fantasías, las imágenes empiezan a aparecer, se perfila un acontecimiento: es la creación de una realidad nueva que la hemos construido con palabras.

Cuando no se puede escribir, cuando no tenemos una idea clara en mente, lo mejor que podemos hacer es soltar las bridas y evocar la ensoñación.  Después despertamos, después corregimos, y ya en pleno uso de la conciencia, sin divagar, terminamos de darle vida a un poema.

 

*Poeta y periodista costarricense.
Este artículo formó parte de su participación en el Taller literario Cada palabra cuenta: mujeres escribiendo, realizado gracias a la colaboración del Centro Cultural de España en Costa Rica y Abecedaria Editoras & Estudios Culturales.

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