María del Mar Obando Boza
mar@abecedariaeditoras.com
María del Carmen Pérez Cuadra ha recorrido 5,582 kilómetros desde sus primeros poemas, escritos a escondidas, hasta su última novela: Memorias de una hija imaginaria, ganadora del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2022.
Oriunda de Jinotepe, esta autora nicaragüense se decidió por la narrativa después de publicar su primer cuento en el desaparecido diario La Tribuna. Ha caminado por varias ciudades del continente madurando su ahnelo de escribir, participando en antologías, recolectando premios y graduándose como Doctora en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Si escribir fuera un viaje, ¿dónde inició el suyo?
Inició en Jinotepe, durante mi adolescencia, porque yo escribía secretamente poesía, aunque no estaba segura de que eso era poesía. Sin embargo, creo que el verdadero viaje empezó en Managua, con la publicación de mi primer cuento Detrás de San Miguel Arcángel y mis primeros artículos, en mi época de estudiante de la Licenciatura en Arte y Letras, en la Universidad Centroamericana. Creo que esa publicación en el diario La Tribuna me hizo reflexionar sobre el género que yo quería escribir.
En esa época, tuve la oportunidad de integrarme al Seminario Permanente de Investigación del Literatura Centroamericana que coordinaban Franz Galich y Barbara Dösher, y más tarde, Werner Mackenbach. Como parte del seminario inauguramos una revista: El Ángel Pobre, allí publiqué mis primeros artículos académicos y esta experiencia me estimuló simultáneamente a publicar ficción narrativa en otros medios como La Tribuna, un diario que ya no existe.
De Managua el viaje creativo literario siguió a Costa Rica, porque viví una temporada en San José donde conseguí un empleo de empleada doméstica, eso me permitió ahorrar para poder pagar mi título de Licenciada en Arte y Letras de la UCA de Managua. Más tarde, la vida me llevó a Pittsburgh, Pensilvania, y allí al acceso a la biblioteca de esta universidad y a la biblioteca Pública, —principalmente la Carnegie Library de Oakland—, me hizo enterarme de lo que se estaba escribiendo en Centroamérica y en el mundo, eso me abrió una nueva perspectiva y me motivó a escribir mi propia serie de narraciones cortas. En 2004 tuve listo mi primer volumen de cuentos que titulé Sin luz artificial, lo envié a un concurso centroamericano. Le puse ese nombre porque si ganaba, sería porque la colección tenía su propia luz y no necesitaba de la artificialidad del arreglo entre pares o cosas parecidas. Yo no tenía idea de quiénes componían el jurado y, bueno, gané el primer premio que he ganado en mi vida, el Premio Único del Concurso Centroamericano de Escritura de Mujeres Rafaela Contreras.
Nicaragua cuenta con una enorme tradición literaria: Rubén Darío, Claribel Alegría, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, Sergio Ramírez son nombres escritos con letras de molde en el canon. ¿De qué manera le ha influenciado el legado de su tierra natal?
Aunque es cierto que mi formación profesional me ha obligado a estudiar la obra de estos autores a los que te refieres, creo que, si hay alguna influencia de este canon de autores, en lo que escribo, ha sido muy poca. Puede ser que esté muy equivocada, pero yo creo que mi escritura es diferente, o a lo mejor puede haber algo en lo que escribí al inicio de mi carrera, pero no en lo que estoy escribiendo ahora, porque mis ejercicios de escritura actuales están más cerca de la narrativa especulativa y la ciencia ficción que de las corrientes en que se maneja esta batería de autores tan destacados.
Acaba de ganar el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán con Memorias de una hija imaginaria, ¿qué papel han jugado los reconocimientos en su carrera literaria?
Sinceramente, aunque he ganado premios importantes a nivel nacional y regional, esto no ha hecho que vea mis obras publicadas, y esto me ha desalentado bastante. Muchos de esos reconocimientos que ha recibido mi trabajo no incluyen la publicación de la obra y cuando sí lo hacen, tampoco ha tenido mucha difusión, el caso del Premio Rogelio Sinán es una excepción y estoy contenta por eso.
Alguna vez, Alice Munro señaló que escribía cuentos porque era lo único que las demandas de lo cotidiano le permitían finalizar. ¿Qué consejo le daría a las mujeres que desean escribir para que no pierdan la iniciativa?
Que escriban todos los días; mientras preparan la cena, mientras barren, mientras duermen… que escriban sus ideas como sea y en lo que sea, en las paredes si es preciso, pero que no dejen de escribir. De pronto, todas esas pequeñas piezas se pueden transformar en un rompecabezas con sentido, algo así como el fruto de todos los esfuerzos: una obra que tiene propósito y que es necesario que reciba reconocimiento.
En el ambiente musical es común escuchar que ese arte es una amante celosa para referirse al tiempo que debes dedicarle, ¿sucede lo mismo con la literatura o esta es menos solícita?
Creo que cualquier forma de expresión artística que apasione y valga la pena exige que le entreguemos parte valiosa de nuestro tiempo.
Con un Doctorado en Literatura ha logrado observar este arte desde adentro, ¿qué temas le han asombrado respecto al desarrollo de la literatura?
Hay muchas cosas que me sorprenden. A veces la sorpresa es por lo que no está y no por lo que sí está. Pero entre lo que sí está, puedo decir que me ha llamado la atención la tendencia que observo en la narrativa centroamericana contemporánea con respecto a representar la tensión entre el humano y el animal como marca de sus procesos de modernización.
En su libro de cuentos Una ciudad de estatuas y perros adoré encontrarme con una narradora que plasma la violencia sin caer en el morbo del espectáculo. Me recordó el trabajo de Svetlana Alexiévich por la forma en que trasladan la crueldad al papel permitiéndole al lector reaccionar sin manipularle la mirada. Svetlana lo hace con testimonios, en su caso son personajes, ¿qué significado tiene la violencia en su diccionario personal?
Es una paja en el ojo con la que veo lo que escribo. No puedo disimular que no está allí o hacerme la desentendida.
En este mismo libro, los perros son una constante dentro del paisaje. Aparecen callejeros husmeando en Managua, San José y Santiago, ciudades en las que ha vivido. Como transeúnte de las mismas calles, ¿qué le identificó con ellos?
Me identifico plenamente con los perros de estos mundos narrativos desde lo que metafóricamente Magda Sepúlveda, una destacada académica chilena, ha nombrado “subjetividad quiltra”. Acá se conoce como “quiltro” al animal sin raza, al perro callejero sin pedigrí. Es una subjetividad que recorre todos los lugares que quiere, cualquier geografía, aunque no lo hayan invitado, simplemente está allí porque la vida lo ha llevado a existir y a ser testigo de su época.
Si los perros narraran la historia de la humanidad, ¿sería épica, comedia o tragedia?
Definitivamente épica, cómica y trágica.
Una ciudad de estatuas y perros reúne dieciocho cuentos en tres apartados donde los zaguates, los comecuandohay y los quiltros aparecen como testigos mudos, personajes secundarios o protagonistas de historias cercanas a cualquiera que camine atento por Latinoamérica.