Descripción
Todavía siento los dedos de Reina, temblorosos, que bajaban por cada uno de mis gajos de cabello. Indomable, qué tonterías dice la gente, había dicho Reina cuando me quitó la goma y lo dejó ser libre. Miré la caja que tenía delante de mí. ¿Cómo pude dejar que pasara? ¿Cómo fui tan ciega? ¿Estaría ahí la vida oculta de mi madre? ¿Entendería por fin por qué se callaba a veces y se perdía su mirada?
El olor de la crema de peinar inundaba la sala, cerré los ojos y de nuevo estábamos en la sala fría de la funeraria, con el maquillador. Reina estaba ahí, incólume, conmigo. Ella peinaba a mi madre. Porque nadie iba a evitar que esa mujer que había habitado mi casa toda la vida peinara por última vez a mi madre.