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La ruta de su evasión: Masculinidad des(a)nudada

Roberto André Acuña

robertoandre.acunavargas@gmail.com

La ruta de su evasión, novela premiada y publicada en Guatemala, escrita por Yolanda Oreamuno Unger en 1949, escindió como producción literaria no solo la tendencia del grupo de los años 40 en términos de estilo y realismo social, sino que también se adelantó a los tiempos sociopolíticos y literarios de su momento. Yolanda Oreamuno planteó una verdad, para ese tiempo incómoda y apocalíptica: la dimensión de lo privado. Ese espacio constituido de paredes, acalorado por la convergencia de existencias humanas, consanguíneas y no consanguíneas, siempre había sido receptáculo de la sociedad y seno de la cultura, poco sujeto a examinarse.

Carlos Luis Fallas y Fabián Dobles, por ejemplo, en la década de 1940, elaboraron su literatura en función de lo social y lo público como ejes de significación, representando las tensiones idiosincráticas en torno a los problemas políticos de la época, tales como las condiciones materiales de los enclaves bananeros, los problemas de la tierra y la sociedad decadente; así como Joaquín Gutiérrez, a través de su novela Manglar, profundizó en la subjetividad de la mujer expuesta a la otredad y a la vorágine política del momento. Yolanda Oreamuno, en cambio, configuró una espacialidad, una casa, donde convergen asimétricamente subjetividades masculinas y femeninas, tensadas por un ambiente de odio, gangrenado por el machismo y la violencia patriarcal. Es así como, La ruta de su evasión escudriña en las ficciones y discursos del hogar y la familia, politiza las significaciones en torno al universo doméstico, tan intencionalmente opaco y oscuro para el imaginario parroquiano de su época.

La politización de lo doméstico, para su contexto, era igual a exponer vivencias y realidades violentas que se vivían en el núcleo de las familias de clase media por parte de esos monstruos que son tan humanos: los hombres. En ese momento, primera mitad del siglo XX, esta hazaña literaria acometía potencialmente contra el estatus de una subjetividad que era única y oficial; ciertamente, la realidad histórico-social no favorecía per se la circulación masiva e ideológica del texto, lo cual podría constituirse como una hipótesis para explicar por qué su reconocimiento es póstumo y se edita en Costa Rica hasta muchos años después de su muerte. Es decir, Costa Rica y su gremio literario siempre han encarnado lo que ella misma afirmó en El ambiente tico y los mitos tropicales: “Al que pretenda levantar demasiado la cabeza sobre el nivel general, no se le corta. ¡No! […] Rápidamente, sin pleito ni molestias, usted está silenciado”.

Aún así, Yolanda Oreamuno, adelantada a la crítica feminista y a los estudios de masculinidad que se globalizan hasta la década de 1980, construye subjetividades masculinas de una forma quirúrgica, sensible y profunda. La constitución de don Vasco y sus hijos (Gabriel, Roberto y Álvaro), así como de Esteban, evidencia una comprensión magistral de las dinámicas de la masculinidad y las consecuencias de la totalización de la hegemonía masculina. La obra nos permite escudriñar en las ficciones de los hombres, sus contiendas personales e interpersonales, sus campos de batalla cotidianos y corporales, al mismo tiempo que nos erige un personaje masculino, único, cruel, tirano y determinante como Vasco, dueño de su casa y de su esposa Teresa, así como de sus hijos, capaz de estremecer al lector más insensible, también nos presenta masculinidades débiles e inestables, víctimas y victimarios en Gabriel, Roberto y Álvaro.

Don Vasco es el núcleo de la violencia masculina. Se construye como una entidad tentacular, maligna, matriz originaria de la violencia que se expresa en la (in)acción y reacción de todas las subjetividades circundantes a su poder. Su presencia, ante la mayoría de personajes, se enuncia como intimidante, autoritaria y penetrante. Es así como, Vasco representa, auténticamente, el logos patriarcal-hegemónico, el cual se evidencia en la expresión de un lenguaje masculino incapaz de adecuar al sujeto femenino en su semiosis falogocéntrica. Asimismo, Vasco, durante el desarrollo de la novela, es una presencia virtual en el pensamiento y ambiente de los demás personajes. Su tránsito por el espacio, tanto físico como emocional, marca, en la subjetividad de sus hijos y de Teresa, una perturbación que le otorga una calidad tentacular. Es él, don Vasco, una de las fuerzas actanciales más condicionantes de la estructura discursiva, pues el devenir de sus hijos y Teresa está determinado, inexorablemente, por la figura de este.

En este marco, Roberto es incapaz de emociones y cariño, pues está obsesionado con la disciplina y su versión física, aspirante de una moralidad y ética férreas, muestra de una masculinidad hegemónica, es agente de violencia doméstica contra su esposa hasta que esta muere dando a luz. Es aquí, donde se vislumbra en la literatura costarricense, una representación pionera de violencia obstétrica contra Cristina en el espacio hospitalario. Álvaro, por su parte, en contraste con Roberto, es un ser débil y grotesco, que se masturba repetitivamente, víctima de una posible represión sexual por parte de su padre. Y, por último, Gabriel es la subjetividad masculina que más complejidad supone para la unidad de la novela, su masculinidad, fraguada por la violencia de su padre y la sensibilidad que encarna de su madre, lo configuran como un personaje en crisis, una masculinidad fracturada, identidad resquebrajada y autodestructiva que, ante el amor incondicional de Aurora, decide terminar con la tradición equívoca de su familia: los Mendoza.

La masculinidad, en La ruta, se aborda de forma compleja porque su constitución es difícil, huidiza y universalizante. No es casualidad que la temporalidad y las técnicas narrativas se entreveran para situarse dentro de la consciencia de los personajes, y sus emociones. No es gratuito, tampoco, que Esteban sea angular en la comprensión de la abnegación de Teresa, pues Esteban es un hombre con discapacidad que evidencia la frustración de la mujer ante un modelo de amor basado en la servidumbre y la misoginia, puesto en práctica por don Vasco; es así como, Esteban se hace pasar por Vasco, ante una expatriación política, en una intención de relativizar los ideales de la masculinidad que aún hoy son vigentes y actuales en el ámbito de la oficialidad y lo público. En este sentido, al finalizar la obra, Aurora, ante la muerte de Gabriel, escucha a un pájaro. ¿Acaso es el pájaro de la libertad?

Dicho esto, Yolanda Oreamuno, a través de La ruta de su evasión, conforma una “épica” de las emociones y de la constitución subjetiva de la masculinidad hegemónica en el espacio de lo privado. Su única novela publicada es cúspide en la literatura costarricense, y por qué no hispanoamericana, en cuanto a su elaboración técnica y temática. A través de su obra, se desanudan los nodos de opacidad y abstracción característicos de la hombría y la masculinidad; en su narrativa, quedan desnudas las investiduras en torno al ser hombre, y las consecuencias de una socialización basada en la violencia y la verticalidad tradicional del imaginario oficial.

Sin duda alguna, resuenan sus palabras, cuando escribió a Lilia Ramos en 1950 sobre su situación emocional:

Les hago sentirse machos, saberse dueños, creerse grandes; los hago soñar, les descubro horizontes y todo parece mientras yo estoy proceder de ellos mismos. Pero yo me voy y entonces quedan reducidos sin embrujos, a su estatura medida en metros y centímetros, a sus aspiraciones mediocres, a todo lo que son y que por un lapso, más o menos corto, han dejado de ser. Y lo fantástico es que me abandonan porque creen haberse hallado a ellos mismos y bastarse a ellos mismos, en ese personaje, en ese angel [sic] que yo extraigo de su más recóndita miseria. ¡Pobrecitos! 

Ciertamente, Yolanda Oreamuno es una autora de calidad universal aún no reconocida. Esto probablemente se deba a que muchos hombres, “pobrecitos”, en sus propias palabras, aún poseen temor de ser desnudados por sus palabras; temen encontrarse siendo Vascos, Robertos, Álvaros o Gabrieles, o peor aún, temen encontrar verdades tan puntiagudas y personales que se verían descolocados en sus funciones sociales y públicas, por una obra que parece ser escrita hace solo un segundo.

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