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El plagio del lenguaje: el caso de la literatura costarricense contra una autora llamada María Musgo

Opinión/Juan Pablo Morales Trigueros

 

Pasé quince años de mi vida formando parte de una banda y a pocas conclusiones llegué tan significativas como esta: en Costa Rica no existe una escena musical. Claro, hay bandas, muy buenas, buenísimas, haciendo muy buena música, dando muy buenas presentaciones y demás, pero aunque estas probablemente tengan sus seguidores, no hay una cultura de asistir a sus conciertos, no se dan giras ni se consume su música masivamente. Resulta muy oportuno el informe reciente de ACAM, según el cual en el país solo un 3% de la música que se escucha es de origen nacional.

El panorama literario, si se quiere, es aún peor. Vivimos en un país donde es una sorpresa mayúscula que se agote una edición nacional, donde veinte personas en la presentación de un libro es más de lo que cualquiera se atreve a soñar, donde el ego pesa más que todos los volúmenes del autor… en fin, un país donde la literatura, nacional o no, le importa a poquísima gente y, a la que le importa, hace muy poco por cambiar la situación.

El reciente caso de plagio de María Musgo, quien publicó el libro La piel del lenguaje el cual se anunció como una voz interesante y prometedora en las letras locales, ha venido a sacar lo peor de unos y otros en tanto no solo demostró falencias de medio mundo (editoriales y medios digitales por igual) al detectar irregularidades graves en los textos, sino que desató una avalancha de comentarios en redes sociales, muchos pidiendo las cabezas de los implicados, y ha evidenciado algo que en realidad es un hecho desde hace tiempo: que solo bajo circunstancias muy particulares la literatura nacional es verdaderamente tomada en cuenta. De hecho, conversando con Marvin Coto, llegamos a la conclusión de que hay tres circunstancias específicas en las que un libro costarricense es discutido y comentado en profundidad. Considerémoslas una por una:

  1. Plagio comprobado (o al menos, sospecha de plagio): para muestra, el caso que nos ocupa. Difícilmente, un libro (y menos de poesía) llega a ser tan comentado y analizado como La piel de lenguaje. Incluso, me sorprendería encontrar un autor o autora que haya sido tan investigado como la propia María Musgo. En los últimos días se ha hablado de sus condiciones mentales, de su origen, de su experiencia, de su formación, de su edad, de su talento… repito: investigada como pocos y porque su libro resultó lleno de plagios.
  2. Dudosa calidad: cuando un libro llama la atención por malo, la discusión no suele ser tan pública, en tanto esto probablemente generaría reacciones del autor o autora y, claro, somos ticos: nadie quiere enfrentar las consecuencias de lo que dice o hace. Así, los comentarios sobre un texto malísimo que apareció en el medio se dan, pero en chats privados, vía WhatsApp, Facebook o, quizá, correo electrónico. Eso cuando el interés se reduce a que el texto es notablemente deficiente. Porque si el problema es que alguien está inconforme porque le dieron un premio a un texto que no le gusta, ahí sí, los disparos quedarán documentados en redes sociales y en cuanto espacio encuentre el agraviado para expresarse. Incluso, recuerdo el caso de El más violento paraíso, de Alexánder Obando, que suscitó discusiones taaaan relevantes como que si se trataba de una novela o no, asunto que solo le importaba a cierto grupo que no soportaba que la obra se estuviera leyendo con agrado. Todavía se ven, ocasionalmente, berreos por ese caso. Y a este tipo de cuestionamiento, digamos, genérico, podemos agregar cuando se otorga un premio y la cantaleta va por que si es una antología y el premio debería darse a libros nuevos, o que si se le dan muchos premios a mujeres y demás tangentes.
  3. Contenido blasfemo: probablemente, y no tiene nada de raro considerando nuestro contexto, este sea el caso que genera más revuelo. Si su texto tiene cualquier cosa que pueda considerarse crítica, cuestionadora, ofensiva o irreverente ante el cristianismo, las posibilidades de que aparezca hasta en televisión nacional son elevadísimas. Recordamos a propósito las pintorescas notas que sacó Noticias Repretel sobre Bajo la lluvia Dios no existe, y años después, sobre El fuego cuando te quema, en las cuales se pidió su opinión a sacerdotes y demás “““autoridades”””. En el segundo caso, el asunto llegó hasta alguien tan insospechado como un popular presentador de televisión quien, errando el género y la autoría del texto, blasfemó (pun intended) contra la sacrílega escena en que un sacerdote fantasea sexualmente con la Virgen María. Y eso que era una fantasía. No me imagino lo que podría causar la lectura de un texto como El derrumbamiento, de Armonía Somers, en que una imagen de la Virgen prácticamente abusa del protagonista que duerme frente a ella. Texto de 1953, cabe señalar. Agradezco a Guillermo Barquero haberme recordado que la novela Las posesiones, de Carlos Alvarado, se trató de utilizar en su contra durante la campaña de 2018, partiendo de las aparentes inclinaciones satánicas del título. Imagínense…

Y bueno, ahí las tienen. En lo personal, no recuerdo una sola situación que haya generado tanto tráfico como las mencionadas y creo que esto debería preocuparnos seriamente en tanto a lo que estamos haciendo como sociedad y como sector. Porque claro, a todo el mundo le encanta quejarse de los recortes a la cultura pero ¿para qué se usan realmente los fondos que se reclaman?, ¿qué es lo que nos interesa hacer con la cultura, con el arte, con la poesía? Por lo visto, nos interesan mucho más el espectáculo, el linchamiento público y la controversia que el trabajo sincero y honesto que hacen otros que permanecen al margen. O sea, que todo lo positivo pasa desapercibido. Por ejemplo, ¿por qué no se habla más de Walter Torres, un autor que ha ganado prácticamente todos los principales certámenes literarios del país?, ¿eso no es interesante?, ¿por qué no se habla más de Larissa Rú, una muchacha que tiene dos Aquileos con menos de treinta años?, ¿se discuten las obras de, digamos, Byron Salas y Gabriela Peña-Valle, quienes han producido textos que desafían los cánones y emborronan los límites entre los géneros?, ¿los han leído?, ¿qué se ha dicho sobre estos?, ¿qué se ha dicho sobre otras propuestas como las de Nicole Bolaños, Kevin Román, Karla Sterloff, Ronald Hernández, Catalina Murillo, nombres en plena producción e interesantes, cada quien a su modo? Algo, por supuesto, pero no lo que se ha dicho sobre cualquier texto que quepa en las circunstancias ya expuestas.

Y eso, gente, es triste.

Es triste porque claro, no leemos, eso lo hemos sabido siempre. Si necesitáramos más evidencias, podríamos considerar que las tres situaciones que comentamos arriba ni siquiera implican la lectura de los textos. El plagio lo descubrimos por otros, la calidad por lo general se juzga porque alguien leyó el texto antes y dijo que era muy malo, y las blasfemias, sobre todo en el caso de la novela El fuego cuando te quema, se descubrieron por un programa de radio. Es obvio: nadie lee y cuando se arman broncas por literatura, ni siquiera hizo falta leer el motivo del pleito.

Pero sobre todo es triste porque ese grupúsculo que se supone que sí lee, la academia, los mismos autores y la minúscula muestra de civiles que se interesan, o no lo hace o reduce la lectura a un proceso solitario que no genera más que alguno que otro comentario. Nadie habla de los libros buenos, de los que destacan por motivos ajenos a la controversia y la polémica.

Y ya que nos gustan las simetrías, sumemos una tercera tristeza: más que el destino de los implicados en el plagio de María Musgo (porque a ver, ya la editorial sacó el libro de circulación y con seguridad la muchacha, si no es que afronta consecuencias legales, quedará marcada de por vida, ¿qué más es lo que quieren los furibundos comentaristas de redes?, ¿un linchamiento público?), lo que más debería despertar nuestro interés es qué tipo de sociedad produce a una autora plagiaria. Porque a ver, evidentemente, no se trata de justificar el hecho. El plagio es un delito, eso lo entiende todo el mundo y quien no, solo está pensando al margen de la ley, no hay por qué darle tanta vuelta al asunto. Pero ¿qué circunstancias llevan a una chica interesada en la poesía a operar de esa manera?, ¿qué representa escribir para una persona joven, hoy en día?, ¿qué hemos vuelto deseable y motivante para la juventud? Esas son las reflexiones que nos debería dejar todo esto, no si a tal o cual implicado lo van a despedir o  pierde credibilidad, si a alguien lo meten a la cárcel o queda en ridículo. Eso suena a puro revanchismo y lo entendería de un puñado de colegiales, no de quienes supuestamente representan a la literatura nacional.

Dijo Alexánder Sánchez por ahí que la última buena polémica literaria fue la primera, la de Gagini vs. Fernández Guardia que inició a finales del siglo XIX. Y no me quedó más que darle la razón. Quizá esa fue la única vez en que se discutió seria y profundamente, con argumentos de verdad encontrados y con verdadero interés, sobre lo que significaba escribir en Costa Rica. Lo demás, ha sido pura literatura. Y mala.

 

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