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“Tierra de infancia”: la memoria poética en Claudia Lars

Lorena Juárez Saavedra

ljua.saavedra@gmail.com

Camino por las veredas que ya no existen y ella me lleva de la mano. Allá lejos, junto a la casa de tejas de barro, está mi padre junto con mis tíos y mi abuela, han hecho una rueda de sillas en medio del patio recién barrido y se ríen. He vuelto a sentir el aire fresco de la tarde y recordé las incontables horas que junto con mi hermano y mis primos desenterramos gusanos que hacían agujeros bajo el árbol de nance. Este viaje no lo he hecho sola, Claudia Lars (1899-1974) me llevó de su mano y me mostró su “Tierra de infancia” que a veces también es la mía.

Veintiséis años más tarde he releído este libro que por aquel entonces (1992) estaba designado para segundo grado. Craso error. Mi reconciliación con Claudia ha pasado por varias etapas. La primera, el día que Francisco Andrés Escobar nos recitó en la universidad “Rosa”. La segunda, cuando hace unos meses discutíamos junto con otros docentes el currículo de Lenguaje: ¿cuáles son los textos que están recomendados para la lectura en primaria?, y el tercer encuentro ha sido releer este libro que ahora comento.

Sin dudas, Lars es una maravilla, pero creo que quizá haga falta una orientación para entregarse a esta poeta tan portentosa (al menos a mí así me ocurrió). Desde “Tierra de Infancia” (primera edición 1987 y justo tengo la 24.ªreimpresión, 2018) y su estudio introductorio me trazo tres caminos para reencontrarme con ella.

  •  La realidad poética en Lars

Siempre me molestó que “Tierra de infancia” como que contaba cuentos, pero no; como que se iniciaba la historia, pero luego se diluía. Lo sentí de chica y lo sentí ahora. Pero en realidad no es un libro de cuentos, son estampas de un mundo que fue y ha desaparecido. Eso te lo deberían decir los docentes, pero bueno, a veces ni leen. Esto es lo que un director de arte podría/debería leer para evocar una época y convertirla en materialidad. O lo que un director/actor podría tomar en cuenta para poner en escena. La presentación de los personajes es brutal, sin preámbulo y sin explicaciones innecesarias.

Del texto “Nuestro valle” (pág. 49)

Iba yo en el caballito Medias Negras, con pantalones de dril y montaba como un muchacho; iba el abuelo en la mula Pimienta, con sus viejas botas de cuero, su amarillo sombrerón de palma y su revólver al cinto.

Nada sobra y nada falta. Es el fotograma inicial de una película de época ubicada en Armenia (Sonsonate, El Salvador) de los años veinte del siglo XX. La evocación es total. Me recuerda un poco a la contundencia con la que inicia el filme Paris Texas (1984): Un hombre en saco, tenis y gorra roja camina a través del desierto. 

  • Memoria poética e histórica

El ayer sigue siendo el hoy. Los lugares son personajes en este libro, precisamente lo hace en el texto “Stella” (pág. 139).

El mercado de las aldeas salvadoreñas (…) es un lugar afanoso, recio, entusiasta, dicharachero, mal hablado, colérico y compasivo al mismo tiempo (…), cuando yo era muy pequeña, tuvimos un alcalde que decidió trasladar las ventas y vendedoras a un edificio feo de adobe…

Una pelea eterna. Un amigo urbanista dijo hace un par de años: yo en lugar de hacer un mercado, tiraría cuadras y cuadras de edificios viejos y reinstalaría el tianguis. Somos mezcla y no se puede negar el origen indígena. Esta cultura es así, esta gente disfruta estar afuera y los transeúntes también.

  • Claudia Lars: la mujer que amó (tórridamente)

Fuera de este libro y pensando en Lars como poeta, propongo esta tercera vía. En la página 15 del estudio introductorio de  esta edición se resume la vida amorosa de Lars. De Salomón Selva, su amor de juventud, pasa a Roy Beers, con quien se casó, tuvo una hija y se divorció. El tercer amor es un ¿sacerdote? El cuarto amor dice que fue Salarrué (y cómo no, con lo guapo que estaba), y que el quinto fue Julio Connor, otro matrimonio “trunco”. Supongo que hay una biografía más completa de ella; digamos un estudio muy elevado de unas seiscientas páginas que incluso cite a Zubiri, pero… ¿Le interesa y es adecuado para los estudiantes? Ahora, lo que podría interesarnos para adolescentes: la humanidad. ¿Qué le pasó con estos amores? Les recuerdo que a mí me presentaron a Lars a los 9 años. Estaba interesada en otras cosas como subir árboles. 

 

Si a los quince años, cuando estaba perdidamente enamorada de Alberto, hubiera leído este poema, mis tarjetas acosadoras Hallmark hubieran sido menos ordinarias:

 

Para nombrarte debo ser tan clara

como lira perfecta que tocara

mano imposible, de belleza viva.

y ha de vibrar dulcísimo tu nombre

―verbo del ángel, música del hombre―

en mi delgada lengua sensitiva 

¿Qué chica o chico no ama con locura en la pubertad? El amor, la locura y la pasión se cuelan, se escurren. ¿Cómo esa señora pudo amar tan intensamente? ¿Y si reunimos la poesía en un libro realmente amoroso que permita a las jovencitas amar desde las palabras y menos mandado fotos de ellas semidesnudas?

“Tierra de infancia” no es un libro para leer en primaria. Aunque le tiente a los docentes porque en el título dice “infancia”. Es tan profundo y tan poético que quizá, como le sucedió a otros colegas míos, es mejor leerlo entre el gozo carnal y rebelde que solo ocurre cuando tienes quince o dieciséis años, o quizá cuando ya pasas de 35 y extrañas el mundo infante ido.

Ahora bien, lo bueno de los libros es que no guardan rencor y te tienen paciencia; esperan a que estemos listos para ellos. Por ahora, vuelvo a Lars, porque “nada me producía goce tan inmenso como estas excursiones matinales (…). Mientras respiraba el aire impregnado de esencias (…) y mi corazón iba cantando un himno de júbilo, y el tiempo de los hombres y de los relojes no tenía sentido ni poder”. Sobre las veredas que no existen ya, veo a lo lejos a mi abuelo en su caballo.

 

P.D. En honor al márketing, haría arte sus fotos de juventud. Así como muestran a Sylvia Plath en ese minúsculo traje de baño blanco, la Lars tenía una belleza clásica y vivaz. No soporto más esa foto con esa mueca.

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