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Mujeres y palabras

María del Mar Obando Boza

mar@abecedariaeditoras.com

Dos grandes culturas antiguas relacionaron a las diosas con la escritura. Nisaba, fue la diosa sumeria de la escritura, el aprendizaje y las cosechas. Ella daba origen a las enormes cañas que utilizaban los escribas de la época para llevar a cabo su labor. Hasta que, en el reinado de Hammurabi (Babilonia), fue reemplazada por el dios Nabu y degradada a aparecer solamente como su consorte. Más cercana a nuestra historia, en la mitología romana, Carmenta fue la diosa de los partos y las profecías que inventó el alfabeto latino, el sistema de escritura más utilizado en el mundo actual. 

Las primeras manifestaciones de la literatura como arte se registraron en el siglo 23 a.C. en Mesopotamia a manos de una princesa y sacerdotisa llamada Enheduanna. Ella escribió prosa y poesía dedicada a la deidad lunar, Nanna Suen, en las que aparecen descripciones de medidas y movimientos estelares que han sido considerados las primeras observaciones científicas del cielo. Además de reflexiones acerca del proceso creativo y elementos biográficos, como su lucha contra Lugalanne, un usurpador que deseaba ocupar su cargo. 

Este trazo de historia vuelve aún más inaudito el hecho de que, a través de siglos, a las mujeres nos han querido apartar de las palabras. Confinándonos a las tareas domésticas, al silencio de la opinión, a la censura del conocimiento y a la imposibilidad del estudio. 

Para colmo de males, en la época actual, adoctrinaron a nuestras bisabuelas, abuelas y madres con la historia de un paraíso perdido por culpa de una mujer que desobedeció el mandato divino para acercarse al Árbol del Conocimiento de la Ciencia del Bien y del Mal y comió del fruto que la igualaría a Yavé (porque no moriría, como este le advirtió), transformándola en la primera pecadora, en lugar de la primera rebelde con causa. 

Las diosas minimizadas, las mujeres borradas de la historia por el anonimato o vilipendiadas como malas, brujas o necias formaban parte del canon de la cultura popular hasta que las voces de muchas generaron el escándalo necesario para reclamar nuestras palabras. 

Desde las primeras sufragistas en el Uruguay de los años 20 hasta las gestoras del Movimiento #MeTooCentroamérica en el 2019, un cúmulo de intenciones y acciones ha transformado la geografía social de este lado del planeta para dotar de espacios a las mujeres como ciudadanas, artistas, gestoras y activistas ubicándolas en el primer plano de una sociedad misógina que aún insiste en depredarlas como objetos de uso y abuso. 

Sin embargo, el camino trazado por aquellas que han puesto el intelecto, la piel y la vida para no desistir está plagado de sentidos que deben dialogar entre sí para reconocernos en un mismo idioma, uno que no vuelva a soportar permanecer en silencio.  

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