María del Mar Obando Boza
mar@abecedariaeditoras.com
Mayra Santos Febres es una inquieta, audaz y reconocida autora que vive en Puerto Rico pero habita muchas bibliotecas. Creadora de una amplia obra donde se reúnen varios géneros literarios: poesía, cuento, novela, ensayo. Esta impresionante y creativa autora nos regala, en cada respuesta, algo de su picardía y mucho de su ingenio.
¿Cómo se construye una escritora?
No lo sé. Hay muchos tipos de escritoras. Sé cómo me construí yo. No fue del todo un proyecto intencional. Muchas cosas tuvieron que ver con esto que soy. Algunas influencias las recibí y recibo de banda, sin darme cuenta hasta que las pienso. Otras las trabajo intencionalmente.
Primeramente, hubo muchas lecturas. Tuve que empeñarme en conocer a fondo las tradiciones literarias de las que soy heredera, quiéralo o no. Leí los clásicos de Occidente, literatura griega y romana. Luego literatura española y latinoamericana. Pero eso no fue suficiente. Me aprendí y leí los clásicos de la novela moderna. Dostoiyevsky, Balzac, Dickens, Tolstoi, Flaubert, Cervantes, Galdón, Gide, todos ellos. Me detuve en la novela gótica porque me enamoré de Mary Shelley y de las hermanas Brontë. Luego le eché mano a la literatura africana clásica: Soyinka, Ama Ata Aidoo, Ayi Kwei Armah, Nadine Gordimer, Ben Okri. Pasé al Caribe inglés (Naipaul, Wilson Harris, Aimé Césaire, Jamaica Kincaid, Maryse Condé) De ahí a los clásicos afroamericanos (Toni Morrison, Jackson, Langston Hughes). Pasé a los clásicos y contemporáneos estadounidenses (Hemingway, Carson Mcullers, Salinger, Carver hasta Paul Auster) y luego a la literatura contemporánea de mis pares en América Latina. Me detuve otro rato en los cánones alternos de la literatura internacional escrita por mujeres. Leí y sigo leyendo a las ancestras tutelares- desde Sor Juana hasta Clarice Lispector, George Sands, Virginia Woolf, Banana Yoshimoto, Julia de Burgos, Alfonsina Storni, María Luisa Bombal, Teresa de la Parra, Sylvia Plath, H.D. Alejandra Pizarnik, La Orozco, Poniatowska, Rosario Castellanos y mis contemporáneas. Ahora me ha dado por leer literatura japonesa y del Medio Oriente. Para escribir, primero hay que leer.
También hubo mucha reflexión acerca de lo que soy en el panorama de las letras latinoamericanas y caribeñas. A fin de cuentas, hay que admitir que esto de ser negra caribeña y escritora en español me hace una tanta ave rara. No hay muchas intelectuales como yo que tengan la proyección internacional de la que gozo. Así que decidí hacerme escritora gestora y asegurar que haya más escritores y escritoras como yo. Fue una decisión política. Que más personas negras, de clase trabajadora, mujeres, tengan acceso a la alta educación, a escribir y a publicar literatura de altura. A formar parte de los diálogos internacionales acerca de lo que es y debe ser el mundo.
¿Con las publicaciones, los premios, el reconocimiento o los lectores?
Los premios son importantes, pero no determinantes. Hay muchos escritores que se ganan cantidad de premios y que luego pasan al olvido. Me encanta ganarme premios. El Juan Rulfo, la primavera, la Beca Guggenheim, pero los trato con mucha desconfianza. Me dicen por dónde voy en relación con el mundo literario actual y los valores que lo dirigen. Pero quiero escribir con honestidad. Por lo tanto, miento si dicen que los premios literarios me hicieron escritora.
¿En qué momento se sintió escritora?
Me falta un trecho todavía para convencerme de que lo soy. Pero, cuando salgo a la calle, en Puerto Rico, y en medio de Congresos y Festivales, la gente me reconoce como escritora. Poco a poco me van convenciendo. Históricamente, como mujeres, la palabra nos ha sido negada en el espacio público; sea este artístico o político. ¿Cómo lograste hacerte escuchar? Me he hecho escuchar mediante la persistencia y el trabajo He publicado 25 libros. Al menos 7 de ellos son antologías. Es decir, que me público, pero busco publicar a los demás, abrir puertas para los demás. Le tengo mucha fe a las alianzas. Creo que son el camino correcto para ocupar la esfera pública.
Desde el 2009 organiza el Festival de la Palabra en Puerto Rico, con una presencia mayoritaria autores en lengua española. ¿Cuál es la importancia de contar y conocer nuestras historias?
Creo que los diálogos internacionales están incompletos hasta que nuestras historias entran en juego. Mucha gente piensa que no, que es otra mentira, pero yo considero que ya no hay marcha atrás y vamos en camino de convertirnos en un mundo globalizado. La pregunta es globalizada para quién y para qué. Si insistimos en que la gente y los saberes puedan, de manera igualitaria, transitar por el planeta de manera tan libre como transitan las mercancías y el dinero, creo que podemos convertir este planeta en un lugar más justo y más libre.
Inició su carrera artística como poeta, luego incursionó en el cuento y, por último, escribió novela ¿Cómo fue esa metamorfosis?
No creo que haya habido tal metamorfosis. Creo que fui haciéndome escritora. Los escritores, como los deportistas, se entrenan y crecen hasta poder dominar muchas facetas de su oficio. Soy hija de una maestra de escuela y un jugador de béisbol. Mi padre, Juan Santos, Medalla de plata de los Centroamericanos del 66, era muy bueno cono short stop. Pero su índice de bateo fue mejorando hasta hacerse campeón bate en el 68, 72 y 74. Pasó después a ser dirigente del año de Ligas nacionales varios años. Mi madre fue maestra de 4to y 5to de escuela elemental. Luego se hizo maestra enlace entre su escuela y el Departamento de educación. De ahí paso a ser Maestra Supervisora y a sacar una maestría en Literatura Puertorriqueña. Es cuestión de seguir expandiendo y creciendo dentro del oficio. Para mí, la poesía, el ensayo, el cuento, la novela, el teatro, el microcuento, la autoficción, a biografía y cualquier otro género son aspectos formales y retos de apalabramiento que habitan dentro del amplio panorama de las letras y la literatura. Quiero dominar las herramientas de mi oficio y poder expresarme de muchas maneras dentro de él.
¿Qué le seduce de cada género literario?
A mí me seducen las palabras y las formas de compartir diversos enfoques del misterio que es la vida humana. Cada género tiene su magia. De la poesía, me fascinan los juegos de ritmo y tonalidad, ese poder encantatorio que tienen las palabras más cercanas al respiro, al suspiro, al ritmo. De la narrativa, me vuelve loca la estructura mediante la cual se pueden contar cosas. Del ensayo, su vuelo argumentativo y abstracto. Del teatro o del guión de cine, lo próxima que están las palabras a lo visual, al movimiento y a la imagen que se monta, una sobre otra y que forman otro lenguaje que completa lo escuchado. Cada género tiene lo suyo.
En una edición de Centroamérica Cuenta (2015) usted confesó que le aburren las novelas que no hablan de sexualidad porque no se parecen a la vida y en su poemario “Tercer Mundo” señala que: Chingar siempre cura… chingar, hacer el amor no, tener sexo no, chingar. Entender cómo una se disuelve contra la furia del otro, medir las implicaciones del hambre, visitar el sabor agrio de una saliva transeúnte, la del que vive al lado, al frente, la del poeta que corrige acentos para su próxima lectura. Chingar con el que no tiene idea de por qué no puede despegarse de tu carne.
Lo que pasa es que soy un ser humano vital y , sobretodo en la novela, es difícil para mí pasearme por 500 o 700 páginas donde no esté presente el deseo. En Tercer mundo hay una propuesta estética de lo urbano, la soledad que se cura mediante el sexo anónimo, la basura y la violencia como detritus y mosto para plantear nuevas utopías. Y también, en ese poemario y en otras cosas que escribo, me preocupa mucho la ausencia de palabras que nombren el deseo de nosotras las mujeres.
¿Considera su obra un grito orgásmico frente al silencio que aún se le impone al placer?
Las mujeres deseamos. No somos tan solo las depositarias del deseo masculino, ni las románticas soñadoras con el amor eterno y perfecto de un hombre. Deseamos. Nos dan calenturas. Nos arde el cuerpo. Nos jode la soledad y la rutina. Algunas veces tenemos qué lidiar con un deseo muy moldeado por el patriarcado, otras por las rebeldías contra ese patriarcado. Nos da con chingar. Con ser putas y prosaicas y provocadoras y medir el límite de nuestra hambre y de lo que somos capaces de hacer. Nos da con hablar malo, con contarlo todo; no ser tan señoritas, ni tan intelectuales, ni tan correctas.
Luego, a algunas, nos da con regresar al amor, ya después de habernos medido con la vida. Creo que es importante nombrar estas otras instancias del deseo, aunque aún llamen demasiado la atención y molesten a los distintos tipos de censura con que aún nos enfrentamos las mujeres.
Pero si se toman en cuenta los 4,000 años de silencio patriarcal al que hemos estado sometidas muchas de nosotras, se podría decir que sí, que mi literatura y la de muchas otras compañeras son gritos de orgasmo, es decir, gritos de batalla, de la dulce batalla que libramos aún con la palabra que a veces nos invisibiliza, pero que amamos profundamente, a la vez.
¿A cuál de sus personajes se parece?
A Fe Verdejo, en Fe en disfraz. Somos igualitas…
¿Cuál quisiera haber sido?
Isabel La Negra Luberza Oppenheimer en Nuestra señora de la Noche.
Con un Doctorado en Artes y Letras (Universidad de Cornell, New York) y años trabajando como Profesora de Literatura en la Universidad de Puerto Rico ¿Cómo ha logrado separar el discurso académico, que muchas veces es rígido e intransigente, de la libertad que exige el proceso creativo?
Trabajo de profesora, pero no lo soy. Es decir, la academia nunca fue un lugar donde me sentí del todo contenta ni cómoda. Me gusta, eso sí, la oportunidad que me da para aprender y estudiar. En realidad, soy una estudiante eterna. Y la más privilegiada del mundo. Me pagan por estudiar, por compartir lo que estudio con mis alumnos y enseñarles a amar el conocimiento y los libros, compartir con ellos mis técnicas de investigación y mis obsesiones epistemológicas. La Academia me libera mucho tiempo para seguir aprendiendo, estudiando, investigando y escribiendo. Es la situación perfecta, por el momento.
¿Qué temas la obsesionan y en cuáles no desperdiciaría una línea?
Me obsesiona el Caribe, la invisibilización de ¾ de la población de mundo y de sus conocimientos. No creo que pueda escribir una sola línea acerca de la guerra, cualquier guerra. Puedo equivocarme y terminar escribiendo una novela entera acerca de sucesos épicos, pero ojalá no me ocurra. La pasaría muy mal.
¿Qué oración o verso le hubiese gustado escribir?
Cualquier oración de To the Lighthouse, de Virgina Woolf.